sábado, 2 de abril de 2011

La Princesa Imperfecta




Érase una vez en un país muy,  muy cercano una princesa que no tenía corona ni reino. Y esta princesa era como otra chica cualquiera: sus ojos no eran azules como el cielo, su cabello tampoco brillaba como el sol y su figura distaba mucho de la de aquellas modelos que tan populares eran.

Tampoco tenia hada madrina, ni padrino que le regalase bellos vestidos. No tenía carruaje para ir al baile porque había gastado todos sus ahorros en el permiso de conducir carrozas y las calabazas, con la crisis, andaban por las nubes. A su edad vivía con papá y mamá porque tampoco podía costearse su propio castillo. Nuestra princesa no era popular, ni tenía nada que la pudiese hacer especial…

Érase una vez una princesa que no tenía nada de princesa, Pero tenía un sueño: vivir su propio cuento.

Cierto día  salio de paseo con sus amigas que, como ella, eran princesas imperfectas, sin corona ni reino. Y todas ansiaban  encontrar a ese príncipe azul junto al cual la vida sería maravillosa, se sentiría por siempre  felices y comerían perdices. Así que las pobres  inocentes princesas  salieron en su busca por las mejores tabernas y posadas de la región.

Y así pasó la noche, como una más de búsqueda infructuosa. Aquellos lugares no habían conocido jamás la presencia de un príncipe, tan sólo la de sucios gañanes, borrachos y hombres de mal vivir. Nuestra princesa, hastiada, se sentó en una esquina de la barra esperando que sus amigas decidiesen volver a palacio y dar por terminada aquella absurda búsqueda, cuando  de la nada y a su lado, apareció una simpática rana que comenzó a charlar con ella…

La noche se tornó mágica y especial junto a aquella rana que tan bien la entendía, que tenía  la palabra adecuada en el momento exacto y la colmaba de galanterías.  Así que nuestra princesita ingenua empezó  a enamorarse  pensando que su rana era un príncipe encantado al que alguna malvada bruja había embrujado.

Pasó el tiempo, y la princesa y la rana continuaron su romance de charlas, bonitos paseos y besos apasionados. Ella cada vez se entregaba más en aquellos besos esperando poder librar  así a su príncipe  del horrible hechizo que lo aprisionaba en aquel feo cuerpo anfibio.

Y cierto día se obró el milagro y la magia los envolvió a ambos. Ella besó a su ranita imaginando que al abrir los ojos encontraría a su apuesto príncipe y serían la envidia de todo el reino. Pero al abrir los ojos, su príncipe no estaba… La rana se había transformado en cerdo.

Y no, este no es el final de nuestro cuento. Es el principio de los cuentos de muchas princesas que nunca supieron que las ranas no se convierten en príncipes  al besarlos, y aun así no cesaron en su empeño de seguir buscando su final feliz con sus cerditos o a fuerza de buscar  otras ranas que besar…



1 comentario:

  1. Genial Rilla!!!
    Como decía el Canijo " si tienes en tu casa una princesa, de las que sólo miden metro y pico, enséñale enseguida lo hijo-puta que es la vida, que a veces, tras el principe hay un sapo (o un cerdo) y háblale, cuéntale que el espejito suele ser traidor porq el interior no se ve"

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